Cada pueblo tiene el gobierno que merece
Recuerdo bien una discusión que se dio en un foro público hace algún tiempo. La persona que inició la discusión en cuestión fui yo.
Alguien por ahí lamentaba los excesos de poder del presidente venezolano. Lo hacía de una manera lastimosa, por exceso chillona. Sin mucha paciencia y tal vez menos tolerancia yo le puse en un post las siguientes palabras: "Cada pueblo tiene el gobierno que merece".
La respuesta no se hizo esperar. La persona (que sorprendentemente lleva actualmente una buena relación conmigo) recriminó mi altanería y soberbia. Yo me limité a contestar a su perorata las siguientes palabras: "Si tu crees que con Fox vivimos en la gloria, estás muy equivocada!". Se dieron más recriminaciones y reclamos. Concluí la discusión con un "la frasecita no es mía pero no por eso no es menos certera" que bien expone mi tendencia a la practicidad. Fin de la historia (de la primera).
Meses después de ese incidente que tuvo una consecuencia inesperadamente favorable (una amistad), me tocó una nueva dosis visitas al juzgado. Afortunadamente, en esta ocasión, recibí la noticia que sería la última ocasión en que mi persona sería requerida para (finalmente) poder finiquitar el divorcio con el gringo.
Dios fue benévolo conmigo y lo agradezco. Argumentando exceso de trabajo (meses después me daría cuenta que el pretexto solo escondía su imposibilidad de poder asistir al juzgado por estarse casando de nuevo), el gringo no se presentó. Por lo tanto, y casi inesperadamente, la sentencia me favoreció en su totalidad. Lo que yo deseaba se dio: la custodia, patria potestad compartida, una pensión para el bienestar de la Srita. Lennon y la tranquilidad de mi libertad.
Ese día fue especial. Lo fue porque al fin, pude liberarme de un peso muy único y muy especial. El peso de las diferencias culturales del que no me pude librar durante años (¿a quien se le ocurre casarse con un gringo?). La salida del juzgado fue ligerita, finalmente mi abogado iba caminando a mi lado. Con una sonrisa (la sonrisa del pago del finiquito) me comentaba que no había forma de que perdiéramos, que la ley mexicana tiende a favorecer a las mujeres que, como yo, se fletaban a educar y a sacar adelante menores de edad sin apoyo físico ni económico ni moral de quien debería ser corresponsable. Y sí, lo entendía, pero no podía dejar de pensar (sin nostalgia alguna) aquellos dejos de superioridad cultural de mi entonces contraparte marital. Ni en sus comentarios antimexicanos. Ni en su intención de tomar a la Lennon a su cargo para darle "el nivel de vida que merece y que aquí no se puede conseguir porque éste es un país de mediocres y corruptos". El gringo se encargó bien de que yo rechazara en los años venideros y de manera inmediata y automática a cualquier persona blanca, sajona y protestante (como George Bush, i-gua-li-to). A la fecha no puedo menos que despreciar a todos esos gringos, blancos y de mente cuadrada que rinden culto al egoísmo y que viven de cosas tan vanas como son el físico y lo material.
Hoy, sin embargo, me puse en lugar de muchos de ellos. Acabo de ver Farenheit 911 y la peliculita/documental está cabrona. ¿Y se merecen ese gobernante? ¡Por supuesto que sí! La sociedad gringa en conjunto merece lo que tiene de presidente. ¿Y los individuos particulares?... Había por ahí una madre a punto de enloquecer por haber perdido a su hijo en la guerra de Irak... y de plano mentiría al decir que no me llegó su dolor. Alguien más, indignado al por mayor, suplicaba la consciencia de los que lo rodean. Y mira... tal vez no por reacciones individuales pero sí por presenciar un hundimiento cuyo fin será lento y doloroso, siento verdaderamente que muchos gringos estén en el barco que están.
Lo dije al publicar una de mis columnas en www.laportales.com y refiriéndome, claro, a los ataques del 11 de septiembre: El pueblo gringo recibió únicamente la consecuencia de los actos de su gobierno, no la de ellos. Y no dudo que en el WTC había gente de valor, gente con proyectos de vida, que no tenían por qué morir de una manera tan terrible.
Alguien por ahí lamentaba los excesos de poder del presidente venezolano. Lo hacía de una manera lastimosa, por exceso chillona. Sin mucha paciencia y tal vez menos tolerancia yo le puse en un post las siguientes palabras: "Cada pueblo tiene el gobierno que merece".
La respuesta no se hizo esperar. La persona (que sorprendentemente lleva actualmente una buena relación conmigo) recriminó mi altanería y soberbia. Yo me limité a contestar a su perorata las siguientes palabras: "Si tu crees que con Fox vivimos en la gloria, estás muy equivocada!". Se dieron más recriminaciones y reclamos. Concluí la discusión con un "la frasecita no es mía pero no por eso no es menos certera" que bien expone mi tendencia a la practicidad. Fin de la historia (de la primera).
Meses después de ese incidente que tuvo una consecuencia inesperadamente favorable (una amistad), me tocó una nueva dosis visitas al juzgado. Afortunadamente, en esta ocasión, recibí la noticia que sería la última ocasión en que mi persona sería requerida para (finalmente) poder finiquitar el divorcio con el gringo.
Dios fue benévolo conmigo y lo agradezco. Argumentando exceso de trabajo (meses después me daría cuenta que el pretexto solo escondía su imposibilidad de poder asistir al juzgado por estarse casando de nuevo), el gringo no se presentó. Por lo tanto, y casi inesperadamente, la sentencia me favoreció en su totalidad. Lo que yo deseaba se dio: la custodia, patria potestad compartida, una pensión para el bienestar de la Srita. Lennon y la tranquilidad de mi libertad.
Ese día fue especial. Lo fue porque al fin, pude liberarme de un peso muy único y muy especial. El peso de las diferencias culturales del que no me pude librar durante años (¿a quien se le ocurre casarse con un gringo?). La salida del juzgado fue ligerita, finalmente mi abogado iba caminando a mi lado. Con una sonrisa (la sonrisa del pago del finiquito) me comentaba que no había forma de que perdiéramos, que la ley mexicana tiende a favorecer a las mujeres que, como yo, se fletaban a educar y a sacar adelante menores de edad sin apoyo físico ni económico ni moral de quien debería ser corresponsable. Y sí, lo entendía, pero no podía dejar de pensar (sin nostalgia alguna) aquellos dejos de superioridad cultural de mi entonces contraparte marital. Ni en sus comentarios antimexicanos. Ni en su intención de tomar a la Lennon a su cargo para darle "el nivel de vida que merece y que aquí no se puede conseguir porque éste es un país de mediocres y corruptos". El gringo se encargó bien de que yo rechazara en los años venideros y de manera inmediata y automática a cualquier persona blanca, sajona y protestante (como George Bush, i-gua-li-to). A la fecha no puedo menos que despreciar a todos esos gringos, blancos y de mente cuadrada que rinden culto al egoísmo y que viven de cosas tan vanas como son el físico y lo material.
Hoy, sin embargo, me puse en lugar de muchos de ellos. Acabo de ver Farenheit 911 y la peliculita/documental está cabrona. ¿Y se merecen ese gobernante? ¡Por supuesto que sí! La sociedad gringa en conjunto merece lo que tiene de presidente. ¿Y los individuos particulares?... Había por ahí una madre a punto de enloquecer por haber perdido a su hijo en la guerra de Irak... y de plano mentiría al decir que no me llegó su dolor. Alguien más, indignado al por mayor, suplicaba la consciencia de los que lo rodean. Y mira... tal vez no por reacciones individuales pero sí por presenciar un hundimiento cuyo fin será lento y doloroso, siento verdaderamente que muchos gringos estén en el barco que están.
Lo dije al publicar una de mis columnas en www.laportales.com y refiriéndome, claro, a los ataques del 11 de septiembre: El pueblo gringo recibió únicamente la consecuencia de los actos de su gobierno, no la de ellos. Y no dudo que en el WTC había gente de valor, gente con proyectos de vida, que no tenían por qué morir de una manera tan terrible.
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