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El blog de Tere

La necesidad de pertenencia

La necesidad de pertenencia Foto: El Arq. Hugo Antonio Hernández impartiendo su conferencia (Las grabaciones de Revolution 9) en el primero de los dos eventos beatleros de este fin de semana

Hace exactamente 10 años me encontraba trabajando, como lo he hecho desde los 14, en una oficina. Era una representación de una trasnacional en la cual el 90% de las personas eran gringas y sólo 10 eramos mexicanos. Recuerdo con claridad el orgullo manifestado por mis paisanos cuando me recibieron. Todos, sin excepción, al darme la bienvenida, me advirtieron: "Es un privilegio ser parte de esta corporación, bienvenida al barco".

Al paso de los meses y a pesar de los incontables lujos oficineros de los cuales disfrutábamos todos (escritorios de primera, maravillosas Macs de última generación, tecnología de punta y acabados de lujo de piso a techo) la tensión y la presión empezaron a hacer mella en mí. Ahí, el trabajo, arduo y en general siempre etiquetado con el inexcusable "para ayer", era lo de menos. Creo sinceramente que las 10 personas nacidas en México que conviviamos en ese lugar, teníamos los conocimientos, la educación y la facilidad de resistir fuertes presiones laborales y de sacarlas adelante. La verdadera tensión era la competencia increiblemente desleal que imperaba día tras día entre nosotros. Los golpes bajos, las difamaciones y la descalificación a cualquiera que no fuera uno mismo era lo cotidiano.

Acostumbrada a la necesidad de pertenencia, tan humana, y también a la necesidad económica que me retenía en ese lugar debido a que acababa de ser mamá hacía dos años, no sólo apechugué sino entré al juego con mis mejores cartas, las leales y las desleales. Así, redoblé esfuerzos en la calidad de mi trabajo y me presté a ser la confidente/amiga/chacha de algunos de los 90 ejecutivos gringos que eran parte de ella. En menos de un mes ya gozaba de ciertos privilegios, como el ser invitada a barbiquius en lujosos salones de fiestas ubicados en hermosos condominios y residencias de Frondoso, La Herradura y Las Lomas, recibir "recuerditos gringos" después de los incontables viajes realizados por mis jefes (en esa oficina, quien no era mexicano automáticamente era tu jefe), y aguantar estóicamente el parloteo texano de sus esposas quienes, aburridas en un país extranjero y sin actividad propia, tomaban entre el personal mexicano, a sus favoritos y los premiaban con invitaciones a comer a la Hacienda de Los Morales, por decir lo menos.

A cambio de los privilegios recibidos, mi labor consistía en ser la oreja de mis benefactores, tirar mala vibra a sus colegas, iniciar chismes que dañarían a algunos de ellos, hacerme de la vista gorda cuando sus amantes llamaban o los visitaban o, inclusive, organizarles fiestas con teiboleras mexicanas en uno de los lujosos departamentos que la compañía rentaba en Polanco.

Y así, envidiada y agredida por mis paisanos, utilizada y manipulada por mis jefes y totalmente asqueada por la ínfima calidad de mi vida laboral, un buen día exploté. Ahí, señores, mi necesidad de pertenencia se hizo pedacitos y tomé una de las decisiones más inteligentes, más maduras y más congruentes que he tomado en mi vida: la unica necesidad de pertenencia que tengo es la de pertenecerme a mí, a mis bases, a mis capacidades y a mis talentos, los muchos o pocos que puedo tener.

Tomada la decisión, el siguiente paso fue relativamente fácil: la renuncia. La sorprendente e inesperada generosidad de la trasnacional me permitió abrir entonces una oficina, escoger el nombre de una empresa que hacía alusión al primer nombre de mi padre, adquirir una maravillosa Mac, artículos de oficina y así iniciar una aventura que lleva 10 años y que ha sido el aprendizaje más difícil y más sólido que he podido tener. Volar sola fue (y ha sido) sumamente difícil, con épocas muy malas a nivel económico, pero lo haría de nuevo mil veces, si fuera necesario.

Y todo este rollo viene porque desde hace un año pertenezco a un círculo muy parecido al que existía en esa oficina, el círculo de los beatleros en México. Claro, que sirva la experiencia de algo, ahora he tenido la sabiduría de no entrar al juego sino de verlo desde la barrera. Y sí, me ha parecido divertido, me ha parecido edificante y, sobre todo, ha satisfecho, esa pequeñita dosis remanente de mi necesidad de pertenencia a un grupo de humanos con gustos afines a pesar de que en estos 10 años he vivido cómoda y felizmente aislada, por lo menos en cuanto al desempeño laboral se refiere.

Este fin de semana se llevaron a cabo dos eventos. El primero fue una celebración del cumpleaños 64 de John Lennon en donde, junto con el Arq. Hugo Hernández (foto), impartí una conferencia. En el segundo, fui testigo de cómo un club de beatleros cumplió 20 años y celebró a lo grande. En ambos casos confirmé lo que siempre he pensado: es sumamente humano sentirse parte de un grupo aunque el precio de llegar a figurar en el mismo sea grande y no necesariamente me refiero a la utilización de recursos bajos para lograrlo sino simplemente a soportar envidias, golpes, y hasta hipocrecías.

Y así como hablo de este grupo de gente que honra a The Beatles, estoy segura que mi descripción aplica a un sin fin de ambientes, ¿o no?

2 comentarios

michel -

hey hola la verdad eres una mujer admirable y quiero que sepas que tu experincia me cambio la vida y me hizo evitar hacer algo que pudo haber perjudicado mi vida por siempre.

Raquel -

Prelistada en el directorio de Bitacoras.com :)

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Gracias :)